Hace un par de años, el ayuntamiento incorporó bicicletas cuánticas al servicio público de movilidad. Los periodistas las presentaban como el medio de transporte más eficiente desde la invención de la rueda. Los historiadores de la ciencia asentían y los líderes espirituales que pregonaban más calma en la vida diaria se fueron al paro.
«Estamoscomprometidosconconvertirnosenelmodelodeciudadqueelnuevomundonecesita», anunció la alcaldesa. Ni los conductores ni los peatones recibieron con buena cara esta noticia, pero en cuestión de semanas la gente ya solo se desplazaba a dos ruedas.
Ha sido la eficiencia. La velocidad máxima alcanzada por las nuevas bicicletas humillaba a la de los coches y duplicaba la de los funcionarios en hora punta. Al principio, la Dirección Central de Tráfico introdujo nuevos límites, pero los números tenían que escribirse en notación científica y a los nuevos ciclistas no les daba tiempo a hacer la conversión mental al paso del nuevo motor. Pronto se dieron cuenta de que en ausencia de ellos el número de siniestros se desplomaba a prácticamente cero. Restauraron el “criteriopropio” y se vanagloriaron de haber descubierto el ritmo natural del ser humano a través de su vehículo instintivo.
Ni siquiera los técnicos que diseñaron las nuevas bicis previeron la rapidez con la que se iba a adoptar este sueño urbano anónimo pero inconsciente. Se instauró una nueva noción del tiempo. Poco a poco, los ciudadanos empezaron a subir de marcha en todos los ámbitos de la vida humana. Las interacciones de más de tres minutos se agendaban en encuentros formales; cocinar se convirtió en un acto poético; se optimizaron los electrodomésticos para sincronizar la vida cotidiana y mantener estable la relación temporal entre hacer la compra y volver del trabajo. Hoy nadie concibe regresar al ritmo de antes, ni volver a sudar al subir las cuestas.
Son pocos los que siguen utilizando el modelo mecánico. Entre ellos me encuentro yo. Formamos parte de los “costesdetransición”, como los llama la nueva candidata presidencial. A pesar de que los ciclistas cuánticos viajen en otra dimensión temporal, seguimos compartiendo el mismo carril, y aunque no alcanzamos a verlos, podemos oír sus insultos perfectamente articulados cuando su estela de luz nos dobla por la izquierda. Para ellos se trata de un romanticismo terrorista que cuesta vidas: es el par de accidentes registrados en el último año y adjudicados a la “negligentelentituddelosciclistasmecánicos”, como señala la Organización Global de la Salud.
El último siniestro me implica directamente a mí. Dentro de un par de horas comparezco como acusado. Esta mañana, de camino al trabajo, el semáforo cambió de color y me detuve cuando ya estaba en rojo. En ese mismo instante, un cuerpo salió despedido por mi espalda, volcando varios metros en el asfalto. Iba en una bicicleta cuántica. Se levantó morado y con la piel desgarrada y me gritó que quelentoqueidiota y que aún quedaban cinco horas para que cambiase a rojo. Me amenazó con demandarme lo más pronto posible.
Es una lástima tener que lidiar con esto ahora que ya había descubierto una manera de pasar desapercibido. Me di cuenta de que si pedaleorápidosudoymecanso, aunque vaya en una bicicleta mecánica, la gente deja de increparme. Pero hay cosas que se escapan a mi control y yo no puedo pedalear contra el tiempo.